5.10.14

De Nishizawa a Poniatowska



Escribo con tristeza y pesar que el Maestro Luis Nishizawa murió esta semana. La noticia, como otras grandes, me llegó por internet, mientras leía otras noticias. La imagen de sus hijos montando guardia junto a su féretro me caló, como me caló leer "...el último adiós a Benedetti" hace cinco años.

Quizás Nishizawa no fuera tan grande como otros grandes, pero fue uno de mis primeros referentes en artes plásticas. Participé algunas veces en el concurso que lleva su nombre, para niños; nunca gané nada, pero por él discutí con mi maestra, Gloria Cuevas. Mis dibujos y pinturas de humanos sin rostro le disgustaban, le incomodaban.

Nishizawa quizás no fue tan vanguardista, no generó tanta ruptura, pero para mí lo era. Era conocer un nombre importante, dibujar su retrato, no ceder ante la presión de x o y para hacer mi arte de una u otra manera. Yo dibujaba monitos sin rostro porque así entendía yo el arte.

Leer sobre la muerte del pintor me trajo de vuelta aquellos días. Felices, según quiero recordar. Y quise volver a dibujar. Mi excusa favorita: no tengo tiempo. Pero las ganas están ahí, presentes. Y quizás un día en serio vuelva a dibujar y a escribir. Porque la literatura y la pintura no están peleadas y de las dos maneras es posible crear arte. Recuerdo con cariño uno de mis últimos proyectos: rodamos una enorme bola de periódico por toda mi escuela y luego la convertimos en Santa Claus. Borracho.

Por otro lado, también de luto, conocí –por fin– a Elena Poniatowska. Es grande, elocuente, querida. La escuchamos hablar y después un grupo heterogéneo –alumnos, maestros, personal– la seguimos por casi toda la escuela. Queríamos una firma, una foto, una sonrisa. Y ella accedió. Rompió el itinerario y nos dedicó unos minutos a cada uno.

Y habló del 2 de octubre. Y habló del Poli y de la Ibero. Nos habló a nosotros los estudiantes: "hagan bien lo que tienen que hacer; si barren, que su calle sea la mejor barrida". Manos ibero se levantaron haciendo la V de la Victoria, nos sentimos de pronto capaces de hacer algo más.



A Elena la quiero por su Noche de Tlatelolco. Porque hurté el libro de la biblioteca de papá. Porque un maestro –querido, extrañado– nos quiso concientizar al mirar las fotos, al relatarnos el horror, el miedo, la esperanza. "¿Qué van a hacer, señores? ¿Qué van a hacer?", nos repetía. Primer intento de tomar una postura, de ser críticos.

Y es que ante todo el horror, debemos hacernos esa pregunta. ¿Qué vamos a hacer?

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