18.9.15

Historia del Rey Transparente. Rosa Montero



Llevo cerca de seis años intentando hacerle justicia a este libro. Cada vez que escribo sobre él, siento que algo me falta, y es que no puedo poner por escrito todo lo que siento, todos los recuerdos. La última vez que garabateé algo fue cuando Rosa Montero vino a México, en noviembre del 2013. Rehice una carta que le escribí a los 16 años, pero que nunca entregué. Y sigo sin hacerlo.

Historia del Rey Transparente es mucho más que una novela. La memoria me falla, pero algunas de mis notas dicen que el libro llegó un jueves. No sé si en efecto era jueves,  pero recuerdo la escena como si hubiera pasado ayer. Mi madre llegó y me entregó un libro nuevo. Dijo que le había gustado la portada y que al leer la contraportada supo que era para mí, así como estaba yo de obsesionada con las historias medievales.

Recuerdo que no tenía nada que leer y que le di una oportunidad.

Joder, lo que hace Rosa desde la página uno es para aplaudírselo. La autora le da firmeza a su protagonista, Leola, desde las primeras frases, que escribo de memoria:

"...Soy mujer y escribo. Soy plebeya y sé leer. Nací sierva y soy libre..."

La anécdota del libro no importa aquí. Puede hallarse en cualquier otra reseña o hasta en Wikipedia. Lo importante es qué diablos hizo ese libro. Lo importante son los temas y cómo los teje, y sobre todo, la maldita voz de Leola.

Algo diré sobre el libro: es metadiegético. La historia del Rey Transparente está dentro de la Historia del Rey Transparente, y cada vez que alguien quiere contarla, ocurre alguna desgracia. Pues bien, no sé si fue el libro o si fueron mis manos adolescentes torpes y distraídas, pero cada vez que quería leerlo, el libro se perdía. Hubo dos intentos grandes, donde leí gran parte del mismo, pero en ambos se perdió y tuve que comenzar de nuevo.

A los 14 años me mudé y olvidé a Historia entre todos los libros guardados en cajas. Dos años. Cuando lo reencontré, me cayeron en un segundo todos los nombres, la sangre, sentí frío. Leola gritaba. El libro vibraba. Ya sé, es exagerado, pero juro por lo más sagrado que el encuentro con ese libro fue como una revelación. A esa edad ya había decidido que quería escribir, y cuando releí las primeras frases de Leola, sentí lo mismo una bofetada porque mi escritura era mediocre y temerosa, y un impulso para, primero, terminar de una buena vez con el maldito libro, y en segunda, para escribir.

Aquí es donde me atoro y las palabras ya no sirven. Escribo esto con una luz mínima, así como Leola con las velas de las Buenas Mujeres. Mi caballero dice que es aquí cuando me brillan más los ojos y agito las manos, porque la garganta se me cierra, como si el silencio cómplice de Leola se impusiera en mí. Y es que ya no sé qué decir del libro. Recuerdo que lo leí como si no hubiera mañana. Recuerdo que mi abuela me maldijo y lo maldijo porque preferí quedarme con Matilde de Anjou que subir a rezar con ella. Fue ésa la primera vez que sentenció que se me iban a secar los ojos. Fue ésa la primera de tantas veces que me mandó al infierno.

Y recuerdo también que cuando lo leí con mi mejor amigo, nos atravesó el pasaje de Ricardo Corazón de León. Y Dhuoda nos hacía temblar. Fue un encuentro brutal con la homosexualidad, después de estar en un ambiente cerrado donde no se habla de ello. Leola, Leo, fue quizás nuestro primer acercamiento con alguien transgénero, antes de que siquiera supiéramos la palabra. Si bien es cierto que ella se reconoció siempre como mujer, se configuró como hombre. Creó su espacio y su tiempo como un varón.

No quiero caer en el cliché de "me identifiqué con la protagonista", pero caray, si consideramos que lo leí a los 16 años, pues la neta es que sí. Porque Leola es una joven realista. No es una heroína de DC o Marvel. Es una escuincla que tiene miedo, que quería casarse con Jacques, que se ve en una guerra y tiene que disfrazarse de hombre para sobrevivir, que tiene que aprender a pelear, y que de pronto decide romper con todo eso y tener una vida más o menos feliz con el hombre que ama, hasta que la puta muerte la acecha otra vez. Es un mar de sentimientos, una vorágine que trastoca, y si alguien sale intacto después de leer Historia del Rey Transparente es o porque es un insensible de mierda o porque no entendió un carajo.

La misma Rosa, cuando me firmó el libro, anotó "este libro sobre la aventura de vivir". Y es eso.

Si Historia está entre mi top five de libros que me formaron, es por eso. Porque en el momento más oscuro de mi vida sólo tenía ese libro. Porque cada noche que la muerte me acechaba, yo leía, sujetaba el libro como Leola su espada, y embestía a los fantasmas. Porque cuando el silencio lo envolvía todo, el libro lo rompía con un estruendo. Porque por más estúpido y cliché que suene, ese libro me sostuvo, me ayudó a resistir. Me salvó. Me arrancó  –literalmente– de las manos de la muerte y me guió hacia las únicas luces que conozco, el amor y la escritura. Ya sé, es una cursilería. Pero esto no es una reseña literaria. Ni siquiera una crítica. Quiero hacerle justicia al sentimiento que generó el libro.

Desde Historia sostengo y afirmo que un libro puede salvar. Heme aquí. El decir que este libro de Rosa Montero me salvó no es gratuito. Es real. Cada maldita palabra es real. La resistencia también lo es. "Las Buenas Mujeres rezan. Yo escribo [...] es el don del que me siento más orgullosa". Podría jurar que si este libro no hubiera aparecido, en primera, no me habría aventado a ser escritora; y en segunda, literalmente ya no estaría aquí. Al final la luz lo invadió todo.

Mi concepción de la literatura dio un giro radical después de mi encuentro con Historia del Rey Transparente. Porque la escritura es, antes que un arte, un medio de resistencia, pero sobre todo, es la mejor forma de amar. No sé cuánto de su corazón haya puesto Rosa en este libro, pero joder, aún hoy, seis años después, sin haber leído el libro en años, algo se remueve. Porque recordar la luz duele, cala en el pecho como si embistiera un ariete.

A diferencia de la última carta que escribí, esas dos luces, la escritura y el amor, hoy son más fuertes. En aquel tiempo no tenía nada en mi escritura. Hoy puedo decir que tengo a por lo menos tres personajes ya maduros, firmes. Personajes que ya no se caen en un cuento mediocre, que resisten, que vibran. Tengo a alguien con quien compartir mi escritura, como Pacheco con Cristina o la misma Rosa con su marido. Y sé que sólo tengo esas dos cosas, mi escritura y el amor. Para Leola fue suficiente, incluso cuando la muerte estaba a unos escalones de distancia, cuando el silencio fue sustituido por el bisbiseo de las Buenas Mujeres. Rosa no lo dice, pero todos sabemos cuál fue el final de Leola. Podría parecer una vida triste y quizás inútil, pero hubo pasión de por medio. Qué más da si la mujer no superó los veintitantos años de edad. Vivió con verdad y con pasión. Y creo que es algo a lo que todos, o al menos yo aspiro.

No sé si con esto le hago total justicia al libro, pero por lo menos me quito un peso de los hombros al escribir esto. Pase lo que pase, el daño y efecto que causó el texto ya está, es irremediable. Y pase lo que pase, el libro está ya bien fijo en la base, tanto de mi vida como de mi escritura. Naturalmente aspiro a que esto lo lea Rosa en algún momento, y sí es así, sólo me resta agradecer. Por las palabras, por la salvación, por la luz.

[Y gracias también a mi poeta... ]