11.9.16

Sobre Nacho Padilla

Quise escribir sobre Nacho, pero las palabras no fluyeron antes. Aparecieron durante el Homenaje que se le hizo en la Ibero el pasado viernes 26 de agosto.

Conocí a Nacho antes de conocerlo. Mi madre encontró, o encontramos juntas, Todos los osos son zurdos. Recuerdo a mi madre reír con el título. Recuerdo que lo primero que pensé fue "claro, todos los osos polares son zurdos". Y lo siguiente que recuerdo es que estaba riéndome con la torpeza de Rulo (y con la mía propia). El primer regalo de Nacho fue ése, una tarde con mi madre riéndonos juntas.

La verdad sea dicha, Nacho Padilla era el maestro más barco de Letras. Su clase, en vez de Modelos Literarios de tal o cual siglo, era de chismes literarios. Se sabía de memoria las vidas de Tolstoi, Stevenson y por supuesto, su querido Cervantes. Nacho nos hablaba de ellos no con el rigor académico ni la solemnidad de otros, sino como si fueran los amigos con los que iba a tomarse unas chelas un viernes cualquiera. Tenía la soltura y la admirable improvisación para hablarnos durante dos horas sin aburrirnos. Porque él sabía emocionar, encorporeizaba la emoción como pocos y la compartía.

Junto a otros maestros, Nacho nos recibió. Éramos mocosos de primer semestre con cara de muppets y sueños de ser escritores. Se impresionó cuando recibió a una generación de diecisiete personas, después de tener generaciones de tres o cinco alumnos. Y nos animó a escribir, desde ese día uno. Cuando de manera más personal le dije que quería ser escritora, me aconsejó pararme una hora más temprano y dedicarla a la escritura. Bromeé con que tendría que pararme a las 4 am. "¡Olvídalo! Los escritores también dormimos", bromeó él.

Durante el semestre que me dio clases, yo colaboré con la organización de un simposio de LIJ. Nacho era uno de nuestros conferencistas magistrales y yo lo moderaba. Coincidió que la conferencia era en su horario de clase. Me preguntó, como el Simposio era de pago, que si sus alumnos podían entrar a la conferencia sin problema, sin pagar. Le dije que tenía que revisarlo. Su respuesta tiene eco hasta el día de hoy. Dijo, firmemente, que a ver cómo lo arreglaba, porque si sus alumnos no podían entrar, cancelaba su conferencia. Porque ellos eran lo más importante.

Se ha hablado tanto de Nacho Padilla como maestro, como colega, como... pero es que Nacho era un maravilloso ser humano. Otro semestre me lo pasé en silla de ruedas. Y él fue de las pocas, sino únicas personas en ayudarme. Recuerdo que me vio desde el jardín donde solía fumar. Me preguntó qué había pasado y lo siguiente que recuerdo es que Nacho apagó el cigarro, salió corriendo del jardín y me ayudó. Ese día me alegró, porque se la pasó bromeando con cosas como "¡mira, somos dos cyborgs!".

Lo vi hace tres semanas antes de su muerte. Tres semanas. Hablamos de mi proyecto de titulación. Me dijo que le mandara un correo para agendar un café y platicar mas ampliamente de él. Su interés, como todo, como siempre, fue genuino. Su sonrisa, su último abrazo. Es lo que queda en mi memoria, junto a todas las anécdotas que me quedan por contar.

Gracias, Nacho. Por todo.