1.1.14

Carta a un Maestro

Hacía tiempo que quería escribir esto y hoy se dio la oportunidad. Publicarlo es decirle (y decirme) qué es lo que siento (a modo de homenaje), para que no sea sólo una reflexión de media noche y ya. No. Con él no se podría algo así de simple. 
Con todo respeto, para el Maestro José de Jesús Medina. Nuestro Funky. 


¿Crees que te he olvidado? ¿Después de tantos años de conocerte, de desear platicar contigo, de mirarte con ojos de asombro cada vez que abrías tus libros viejos?

No. No puedo. Esta Navidad se cumplieron cuatro años desde que nos dejaste. Nos quitaste tus palabras, tus consejos, tu sonrisa cansada pero alentadora. Añoro verte sentado detrás de tu escritorio, haciéndonos preguntas, riéndote de nuestras respuestas y de los programas absurdos de Televisa. Cierro los ojos y escucho tu voz pasando lista, haciendo algún comentario jocoso y preguntándonos una y otra vez “¿Qué van a hacer, señores? ¿Qué van a hacer?”

Fuiste una figura legendaria en el colegio. Entrar a secundaria significaba por fin tener clases contigo. Clases de Historia. Pero fueron más que eso. Nadie me preparó para lo que tú nos diste y nadie me dijo que debía aprovechar cada segundo, que debía preguntarte todo lo posible, que debía exprimir todo ese potencial que tuviste como Maestro, como ser humano, como amigo.

Tú siempre buscaste que saliéramos adelante. Tu meta jamás fue que nos aprendiéramos de memoria fechas y eventos. Ni siquiera te preocupaban los exámenes. El número no reflejaba lo que aprendíamos a tu lado. Lo entendimos muy tarde, creo. Recuerdo tu cuerpo cansado, cuando empezaste a faltar, nuestra negativa a tener profesores suplentes, los aplausos cuando volviste, tu sonrisa dándonos las gracias por esperarte, por quererte...Y la llamada que nos anunció que ya no estabas con nosotros.

Ni siquiera pude ir a despedirte. Aventé algún libro a un jardín, desesperada, triste, molesta. ¿Por qué tú? ¿Por qué en ese momento? Fueron sentimientos egoístas, lo sé, porque en un principio sólo pensé en mí, en mi dolor. Fue hasta después que pensé en tu familia...y en que por fin eras libre. Ya no más dolor, ni medicamentos, ni nada de eso para ti. Eras libre y estabas bien. Supongo que eso nos dio tranquilidad, aunque la ausencia duele y arde. 

Amigo, Maestro...hoy más que nunca te extraño y desearía poder platicar contigo una vez más. Cierro los ojos e intento escucharte. Me encantaría contarte sobre mi carrera, mi trabajo, darte mi primer cuento publicado en un libro. ¿Qué me dirías? Tú siempre me apoyaste y jamás me dejaste caer. Pero sabes, por eso te escribo, es mi manera de decirte que no te he olvidado y que no te olvidaré. Tejo con palabras algunos fragmentos de lo que siento, porque las mismas palabras me ahogan y no puedo decirlo todo.

Nos dejaste, pero jamás te diste por vencido. No importa cuán dura haya sido tu enfermedad, jamás nos dejaste ver a un Maestro derrotado. Seguías riendo, nos seguías regañando, te seguías robando nuestro lunch. Jamás perdiste tu sonrisa y jamás nos negaste un abrazo. Eso me lo llevo en el corazón y en la memoria. Me demostraste lo que es amar tu trabajo y que realmente no hay problemas capaces de derrotar a un espíritu valiente, como el tuyo.

Gracias, Maestro. Mil gracias por todo.
Recibe este homenaje sencillo dondequiera que estés. (Y espéranos, por favor)  

No hay comentarios: