Con todo respeto, para el Maestro José de Jesús Medina. Nuestro Funky.
¿Crees que te he olvidado? ¿Después
de tantos años de conocerte, de desear platicar contigo, de mirarte
con ojos de asombro cada vez que abrías tus libros viejos?
No. No puedo. Esta Navidad se
cumplieron cuatro años desde que nos dejaste. Nos quitaste tus
palabras, tus consejos, tu sonrisa cansada pero alentadora. Añoro
verte sentado detrás de tu escritorio, haciéndonos preguntas,
riéndote de nuestras respuestas y de los programas absurdos de
Televisa. Cierro los ojos y escucho tu voz pasando lista, haciendo
algún comentario jocoso y preguntándonos una y otra vez “¿Qué
van a hacer, señores? ¿Qué van a hacer?”
Fuiste una figura legendaria en el
colegio. Entrar a secundaria significaba por fin tener clases
contigo. Clases de Historia. Pero fueron más que eso. Nadie me
preparó para lo que tú nos diste y nadie me dijo que debía
aprovechar cada segundo, que debía preguntarte todo lo posible, que
debía exprimir todo ese potencial que tuviste como Maestro, como ser
humano, como amigo.
Tú siempre buscaste que saliéramos
adelante. Tu meta jamás fue que nos aprendiéramos de memoria fechas
y eventos. Ni siquiera te preocupaban los exámenes. El número no
reflejaba lo que aprendíamos a tu lado. Lo entendimos muy tarde,
creo. Recuerdo tu cuerpo cansado, cuando empezaste a faltar, nuestra
negativa a tener profesores suplentes, los aplausos cuando volviste,
tu sonrisa dándonos las gracias por esperarte, por quererte...Y la
llamada que nos anunció que ya no estabas con nosotros.
Ni siquiera pude ir a despedirte.
Aventé algún libro a un jardín, desesperada, triste, molesta. ¿Por
qué tú? ¿Por qué en ese momento? Fueron sentimientos egoístas,
lo sé, porque en un principio sólo pensé en mí, en mi dolor. Fue
hasta después que pensé en tu familia...y en que por fin eras
libre. Ya no más dolor, ni medicamentos, ni nada de eso para ti.
Eras libre y estabas bien. Supongo que eso nos dio tranquilidad, aunque la ausencia duele y arde.
Amigo, Maestro...hoy más que nunca te
extraño y desearía poder platicar contigo una vez más. Cierro los
ojos e intento escucharte. Me encantaría contarte sobre mi carrera, mi
trabajo, darte mi primer cuento publicado en un libro. ¿Qué me dirías? Tú siempre me
apoyaste y jamás me dejaste caer. Pero sabes, por eso te escribo, es
mi manera de decirte que no te he olvidado y que no te olvidaré.
Tejo con palabras algunos fragmentos de lo que siento, porque las
mismas palabras me ahogan y no puedo decirlo todo.
Nos dejaste, pero jamás te diste por
vencido. No importa cuán dura haya sido tu enfermedad, jamás nos
dejaste ver a un Maestro derrotado. Seguías riendo, nos seguías
regañando, te seguías robando nuestro lunch. Jamás perdiste tu
sonrisa y jamás nos negaste un abrazo. Eso me lo llevo en el corazón
y en la memoria. Me demostraste lo que es amar tu trabajo y que
realmente no hay problemas capaces de derrotar a un espíritu
valiente, como el tuyo.
Gracias, Maestro. Mil gracias por todo.
Recibe este homenaje sencillo
dondequiera que estés. (Y espéranos, por favor)
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